La peluquería de «puro y copita de anís» que frecuentaban Ramón y Cajal y Gregorio MarañónVallejo también ganó fama entre los provincianos que a comienzos del siglo XX llegaban a Madrid.

Una fachada de azulejos originales de 1900, pintados a mano por artesanos de Talavera, llama especialmente la atención de quien pasa por la calle Santa Isabel, muy cerquita del mercado de Antón Martín. Es la fachada de Vallejo, una de las peluquerías más antiguas de la capital, que comenzó su actividad en 1908 en un local que anteriormente funcionaba como bodega. En esa fecha Basilio Vallejo Abad abrió su peluquería, previo pago de mil pesetas por el traspaso, en un lugar que sería estratégico ya que muy cerca, en Atocha, llegaban autobuses de todas las provincias. «Las personas venían a arreglarse, algunos para ver a sus familiares y otros para hacer entrevistas. Todos querían ir bien peinados y afeitados», explica a ABC Lucía Fernández Vallejo, bisnieta del fundador y cuarta generación de la familia Vallejo que sigue en el negocio.

En los primeros años la sala estaba siempre llena de gente y trabajaban en esta peluquería hasta 22 oficiales. Las fotos que se conservan en las paredes permiten ver cómo era por entonces el local. Con fachada de madera (los azulejos se pusieron en 1935 con motivo de obras en toda la finca) las sillas originales para los clientes eran de madera, igual que las que se conservan ahora aunque éstas datan de 1930. El Colegio de Médicos se encontraba también muy próximo y eran clientes habituales Ramón y Cajal y Gregorio Marañón, entre otros. Esta peluquería estableció la costumbre de celebrar el día del cliente, que iba cambiando cada mes, una fecha en la que se ofrecía un puro y una copita de anís. «Hasta se podía fumar dentro», indica Lucía. A partir de los años 30 se abrió una peluquería para mujeres en la calle paralela, Ave María.

Carlos Vallejo y su sobrina Lucía Fernández Vallejo, tercera y cuarta generación al frente del negocio

De los primeros años se conserva un reloj, la caja registradora y un curioso cartel en el que se dice “se ruega no escupir en el suelo”. «Ahora llama mucho la atención a las personas pero hace un siglo era muy habitual que escupiesen», indican en Vallejo. En otro cartel aparece indicado que no se admitían propinas, «no sabemos muy bien por qué». Por esa época «cada cliente tenía su propia navaja para afeitarse», cuenta Carlos. Guardan también unos abonos que se admitían como forma de pago. «Eran como unos vales, creemos que los daban en la empresas para que pudiesen pagar en distintos establecimientos», añade.

En las paredes se pueden ver imágenes del fundador, que formaba parte de la Cámara de Comercio, y de su hijo Pedro Vallejo. Basilio tuvo nueve hijos pero solo Pedro quiso ser peluquero. Al igual que su padre fue una persona muy querida en el barrio, «trabajó hasta el final, ya mayor seguía viniendo a cortar el pelo a sus amigos y clientes especiales», afirma su hijo Carlos quien trabaja en la peluquería desde 1992, mientras que su hermana Elena se puso a ayudar a su padre en 1980. Ambos estudiaron en la academia, «no nos dieron los mandos hasta que no estábamos preparados», asegura Carlos Vallejo quien tanto él como su hermana tuvieron que ver y observar mucho el trabajo de su padre. A Pedro Vallejo fue muy habitual verlo en anuncios, siempre como peluquero, ya que a lo largo de estas décadas se han grabado muchas imágenes.

 

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En 1980, cuando Elena Vallejo se puso a ayudar a su padre, era realmente extraño encontrar una mujer trabajando en una peluquería. «Para mi madre fui difícil, fue entrando poco a poco», explica Lucía quien ahora compagina el trabajo en la peluquería de su familia con otro en otra peluquería de caballeros. De los 22 oficiales que llegaron a trabajar ahora están habitualmente en el local 3 personas. «Al principio apenas había dos peluquerías en la zona y si ahora nos ponemos a contar….somos muchos y no está regulado», reconoce Carlos Vallejo.

En las décadas de los 70 y de los 80, «cuando mucha gente se dejó el pelo largo, el negocio bajó bastante». Pero en Vallejo han seguido destacando por el trato muy cercano al cliente, «algunos llevan viniendo toda la vida». La originalidad de la fachada atrae e muchos turistas o personas de paso, «además están siempre haciendo fotos, es muy llamativa». Tienen clientes de todas las edades y desde hace unos años han notado como los servicios de la barba (cuidado y mantenimiento) han subido un 20%. Cada dos o tres semanas hay que cuidarse la barba y han logrado una clientela fija. En Vallejo «colocamos el bálsamo en la barba, que es fundamental, y vendemos también productos de cuidado». El arreglo de barba cuesta 5 euros con máquina y 7 euros con tijera, el afeitado 10 euros, y el corte 11, ya sea a navaja o a tijera.